ste viernes 13 de julio Bad Bunny inicia en Badajoz una gira de tres semanas que le llevará por gran parte de la geografía española. Será una serie de conciertos, algunos en solitario y otros en el marco de festivales –el Arenal Sound y el itinerante RBF, entre otros–, con la que el artista puertorriqueño confirmará su popularidad tanto aquí como en el resto de Europa, ya que también tendrá tiempo para visitar Bélgica, Italia y el Reino Unido en su gira, titulada La Nueva Religión Tour 2018. Mañana, su gira recala en Madrid mañana. Con tan solo 24 primaveras y en menos de dos años, Bad Bunny ha pasado de trabajar en un supermercado y de subir vídeos a su Instagram donde aparecía rapeando en su casa, a convertirse en una de las figuras mundiales de la música urbana. El género, caracterizado por el mestizaje de diversos palos musicales, entre ellos estilos ya bastardos en esencia como el trap, el reguetón o el «dancehall» jamaicano, es la última revolución en el pop de masas. Guste o no a los medios especializados y a los amantes del rock, el pop y la electrónica más tradicional, los ritmos adictivos, básicos y narcóticos, las letras que supuran incorrección política y los aires de «gangsta rap» de baratillo que gastan las estrellas de la música urbana, tanto las masculinas como las femeninas, han conectado de forma directa con el «zeitgeist» actual, y no solo con la generación que más disfruta con esta nueva cultura juvenil, la «millennial».
Letras polémicas
Bad Bunny, que ha llegado a lo más alto sin tener un disco largo publicado gracias a un puñado de singles difundidos en redes sociales (la música urbana no necesita álbumes), ejemplifica a la perfección el nuevo paradigma musical que ha creado el «star system» del trap y sus otros géneros colindantes. El veinteañero de San Juan lo tiene todo: letras polémicas sobre dinero, drogas y sexo, unas cuentas de Twitter y de Instagram donde no existe la censura y donde suele atacar a otros músicos en una versión «low cost» del mencionado «gangsta rap», un origen humilde y un apego total a su tierra y una facilidad para escribir hits a la velocidad del rayo. A mitad de camino entre la honestidad y la sinceridad de un chico de la calle y un personaje de ficción que imita a sus ídolos, Bad Bunny ha conseguido el favor del público gracias a su descaro y a su frescura –esto último atrae al público cansado del pop comercial y hasta del indie aburrido e inofensivo–, y a la indudable pegada de sus hits. Colegas de profesión mayores que él han caído rendidos a sus pies. Algo que deja claro sus colaboraciones con Daddy Yankee, compatriota y uno de los padrinos de Benito Antonio Martínez Ocasio (el nombre real de Bad Bunny), J Balvin, Prince Royce, Enrique Iglesias y Cardi B (la rapera americana más destacada del momento), entre otros.
El último rompepistas de Bad Bunny, la soleada «Estamos bien», es la quintaesencia de la fórmula del puertorriqueño y de la imaginería del trap. En ella se pueden escuchar los siguientes versos: «Como narco contando billete/La Mercedes en PR cogiendo boquete/Vivo como soñé a los diecisiete/El que no logró na’ e’ porque no le mete». A simple vista, podría parecer que quien canta esta canción es el Tony Montana de «El precio del poder» y no un chaval que ha conseguido medio billón de visitas en Youtube. Como otros compañeros de generación, el de San Juan ha tenido que hacer frente a uno de los estigmas más controvertidos: las acusaciones de machismo. Ahora bien, que el personaje de ficción de Bad Bunny sea brusco describiendo en algunas de sus canciones su relación con las mujeres
–algo que puede ser objeto de crítica, faltaría más–, no significa que apoye ese tipo de comportamientos en la vida real. Con el trap y el reggaetón se utiliza una vara de medir que no se aplica al pop, al rock o a la electrónica, géneros iguales o incluso más machistas que estos porque llevan décadas normalizando estereotipos sexistas sin que se atisbe un cambio de tendencia. Volviendo a lo musical, con ese título tan mesiánico y a la vez tan inocentón
–parece surgido de los sueños grandeza de un veinteañero y no de una estrella–, esta es su primera gira mundial, cocinada de forma independiente, lejos del amparo de los gigantes del sector. Las estrellas del trap no necesitan de los canales oficiales para triunfar. Hay algo de antisistema y de cambio de orden en la revolución que propone la música urbana. El tiempo dirá si acaba conservando el espíritu contestatario o si el sistema lo domestica.